PUERTO PRÍNCIPE. Pequeños cuerpos de niños yacían apilados al lado de las ruinas de su escuela derrumbada. Sobrevivientes pululaban por las calles con sus rostros asombrados cubiertos de polvo blanco y heridas sangrantes. Doctores frenéticos vendaban cabezas y cosían heridas en el estacionamiento de un hotel.
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